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jueves, 14 de mayo de 2015

La brigade chimérique. La guerra de los héroes de folletín




Hay muchos personajes que se acabaron perdiendo entre los años y el papel. Lejos de un Allan Quatermain, de Doc Savage  o John Carter, una gran mayoría en idioma no inglés fueron cayendo en el olvido. Lejos de considerarse clásicos de la literatura de aventuras, estos se caracterizaban por lo dinámico de las situaciones (derivada de lo breve del formato en el que aparecían), y lo que los hacía más atractivos para algunos lectores, eran propensos a verse en situaciones y escenarios un tanto más extraños que los más populares. Un siglo después, con los derechos de muchos de estos ya vencidos, Serge Lehman y Fabrice Colin decidieron aprovechar el camino que  Alan Moore había allanado y un poco y darle una nueva oportunidad a estos personajes. Y a algunos lectores que todavía seguían disfrutando con unas aventuras que hoy parecían haberse quedado anacrónicas.

 

 

La brigada quimérica es el nombre de un grupo de héroes que, como indica su nombre, no existen. Algo extraño en el mundo creado para el cómic, donde lo sobrenatural es algo habitual en la Europa de entreguerras y donde los personajes pulp de la época, como Nictálope o Garou-garou se enfrentan a vampiros, hechiceros y a otros villanos que amenazan Europa. Pero esta brigada tiene su origen en el doctor Jean Séverac, en coma durante toda la I Guerra Mundial, y cuyo subconsciente dio forma a un grupo formado por un soldado, un elemental de tierra, una bestia y un no muerto, quienes durante diez años protegieron a Francia bajo las órdenes de Marie Curie. Diez años más tarde es su hija Irene quien dirige el instituto del Radio en París y quien una vez más, necesita la ayuda de la brigada descubierta por sus padres: En la fortaleza de Metrópolis, el doctor Mabuse proclama la supremacía del superhombre. Y en Rusia, Nosotros y el Gran Hermano han declarado la dictadura del pueblo.

 


Es inevitable comparar la premisa del comic con La liga de los caballeros extraordinarios. Vista desde fuera, parece la versión francesa del comic de Moore, con los héroes de folletín conocidos en el continente y a los que este no hizo referencia. Pero en realidad es lo mismo que decir que El ministerio del tiempo es el Doctor Who español con funcionarios en vez de alienígenas: los parecidos se quedan en la premisa inicial y a partir de ahí, cada uno va por un sitio distinto. La Brigada plantea un escenario distinto, donde a partir del segundo álbum el protagonismo recae sobre unos personajes originales y donde una de las tramas principales recae sobre el propio nacimiento de este grupo, como encarnación de los distintos elementos del imaginario colectivo.

 


La segunda, presentada de una forma muy secundaria, es precisamente la desaparición de los héroes pulp de la década de los treinta: muchos de estos se plantean como caídos en desgracia, como los miembros del instituto de madame Curie, otros hacen una aparición muy breve, como Thomas Carnacki, e incluso algunos parecen descontentos con la figura pública que se les ha otorgado. Esto último es especialmente importante en el caso de Nictálope, quien se queja en todo momento de contar con biógrafos de tercera fila…Porque precisamente la gracia de todos ellos es que conviven con sus autores, o, en este caso, con los escritores que se encargan de narrar sus aventuras. En realidad este detalle es muy anecdótico y solo sirve para proporcionar un trasfondo distinto al que tienen otros comics de temática parecida, pero, lo de ver en una viñeta a Harry Dickson y en otra a su autor Jean Ray me ha tocado la fibra sensible.

 

Aunque cuenta con un buen número de referencias, estas quedan se mantienen dentro de un número razonable. Muchas resultan algo difíciles si no se conocen demasiados folletines de entonces, como Le passe-muraille de Marcel Aymé o Felifax, el hombre tigre de Paul Féval, e incluso una referencia bastante divertida a Superman, donde hacen todo lo posible para que esta sea breve y no reconocible de cara a derechos de autor. Otras son más generales y relacionadas con figuras literarias o artísticas, pero también muy anecdóticas: desde André Breton y Dalí hasta una bastante desconcertante de Marlene Dietrich.

 

El dibujo también se aleja bastante de los estándares de la BD: algo menos detallista y sobre todo, recuerda muchísimo a Mike Mignola. También es mucho más dinámico e incluso recurren a los collages e imágenes reales retocadas cuando aparece una fotografía en alguna viñeta, cosa que en los capítulos más calmados o con más narración es un recurso habitual.

 


Pille la referencia y gane una foto de Sabela y Narnia

Si la mayor ventaja de la historia es desmarcarse del tópico a la hora de diseñar a los protagonistas, y que las referencias se mantengan dentro de un número manejable, es el ritmo de la historia el que tiene sus fallos. Esta tarda bastante en arrancar, y no es hasta el segundo número donde empieza a encaminarse hacia la historia que deberían haber empezado a plantear antes. Dedicar un número entero a plantear escenario y presentar personajes es un poco arriesgado si no se tiene el suficiente gancho, y mucho menos, cuando se depende demasiado de incluir personajes y guiños a la espera de que el lector los reconozca. Incluso algunos de los aportes más llamativos se quedan por el camino, quizá porque la historia se podía desbordar un poco, pero esto provoca la impresión de que quizá deberían haber revisado el guión y eliminar algunos. Por ejemplo, no sirve de mucho que en cada sinopsis de personajes aparezca Falange, el supervillano flamígero falangista (tal cual), cuando tiene un total de dos viñetas. Lo mismo pasa con la trama de un personaje secundario, del que no queda muy claro por qué deciden trasladarlo de un entorno a otro, si no es para justificar nosequé poder que no resulta demasiado claro.

 

Lo cierto es que es una serie a la que hay que darle cancha, o leerla completa para decidir si ha gustado o no. Hace falta un tomo para que esta se ponga en camino y poder disfrutar de ella. Porque lo que sí hay que reconocerle es un final que, además de inesperado, resulta desolador y emotivo, muy acorde con la idea del fin de una época, de una forma de pensar y de un tipo de ficción que se intuía desde las primeras páginas.


De haber tenido este libro en su día, me habría pasado las tardes de domingo siendo Harry Dickson 
 
A modo de curiosidad, para todos aquellos que quisieron ser héroes de folletín, francófono o no, en algún momento, La brigade chimérique dio lugar a un juego de rol derivado. Que, igual que el comic, tampoco está traducido en castellano

Editado: Fernando ha acertado la referencia que aparecía en una de las imágenes de arriba. Ha ganado una foto de Sabela y Narnia


 

2 comentarios:

Fernando dijo...

El primer encuentro entre Blake y Mortimer

Renaissance dijo...

Casi: En realidad es un encuentro entre Bob Morane (izquierda) y Mortimer, pero acertaste la mitad.

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