Series de tv, libros, cine...y una constante presencia gatuna

jueves, 14 de marzo de 2024

The Poughkeepsie Tapes (2007). El asesino siempre saluda en la escalera

 


Si el objetivo de la ficción en contar una historia, independiente de si usa recursos realistas o no, una de las alternativas que dispone es el emplear un medio tan vinculado a lo real como el documental. Quizá, retorciendo un poco los medios de este para usarlos a su favor, es posible hacer con ellos lo contario para lo que habían sido pensados:  narrar algo que no ha sucedido, presentándolo como si fuera verídico. ...en la mayoría de los casos,  este factor despiste se aprovecha de forma que  no se sepa si  eso ha sucedido o no, como sucedió con El proyecto de la Bruja de Blair. En otros casos, se juega  con el lenguaje  para recrear una historia alternativa, como en Estados Confederados de América. El falso documental (aunque su traducción en inglés, mockumentary, suene mucho mejor) se mueve a menudo en ese campo y a veces, emplea recurso de otro género, tan agotado ya como es el metraje encontrado, para recrear  temas donde precisamente lo inmediato, lo oscuro y lo escabroso tienen un peso importante, como pasa a menudo en el true crime. Una idea que en 2007, pasada ya hace mucho la sorpresa de El proyecto de la Bruja de Blair, pero cuando todavía quedaba lejos la afición masiva por la crónica negra (de la que me declaro seguidora. Algunas de mis mejores liquidaciones surgieron al amparo de las tropelías de Landru), se mezclaban en una cinta donde seguían, aparentemente,  el descubrimiento de los crímenes cometidos  con impunidad por un asesino, en una pequeña ciudad de Nueva York.


El reportaje sobre las cintas de video encontradas en una casa de Poughkeepsie, cientos de cintas domésticas abandonadas por su propietario, describía el descubrimiento de estas por la policía y a partir de su examen, la revelación de algo peor: la existencia de un asesino que no dudaba en registrar todas sus atrocidades y que había campado a sus anchas por toda el área, siendo tan meticuloso a la hora de desarrollar su modus operandi como despiadado a la hora de ejecutarlo.
Mediante distintos testimonios, desde la propietaria de la casa donde estas fueron encontradas hasta los agentes encargados de su revisión,  pasando por familiares de las víctimas e incluso una superviviente, la voz en off del narrador reconstruye  los pasos del asesino, su capacidad para ocultarse a simple vista, de eludir a la justicia y sobre todo, de crear las pistas falsas necesarias para acusar a un inocente, que este sea condenado, y de una forma retorcida, convertir al sistema en asesino y cómplice. Y también, en parte por reflejar esa investigación, o en parte por la curiosidad malsana de su público, se revelará una pequeña muestra de lo que contenían esas cintas.




La estructura de la película emula en todo momento al formato de reportaje televisivo.  No es tanto un documental al uso como un informativo largo, similar a 60 Minutos, o salvando las distancias, uno de los especiales de sucesos de Equipo de investigación. Las entrevistas se intercalan para hacer avanzar la narrativa desarrollada en una trama en la que el relato de los asesinatos  es paralelo a la investigación y el seguimiento de pistas falsas. Esta última, donde describen el juicio paralelo a ese falso culpable preparado especialmente por el criminal, supone  no solo una subtrama bastante interesante que refleja uno de los defectos de la fascinación por el true crime, sino también una manera de caracterizar  a ese asesino al que no se le ve la cara, pero que es posible imaginar como alguien de una inteligencia sobrehumana, pero retorcida, carente de moral y tan aterradora como solo puede serlo  el monstruo que se oculta a simple vista.


Algo me dice que estas no son las cintas de la boda de los cuñados

Pese a su formato  documental,  la cinta consigue  resultar inquietante,  por ese aire de veracidad que mantiene. Sin momentos  excesivamente gráficos, crea una atmósfera de amenaza muy realista, mediante esos testimonios en los que se sugiere lo que han visto los agentes de policía, y sobre todo, el epílogo en el que  la única superviviente es entrevistada. Una idea de  “sugerir y no mostrar” que se consigue a través de secuencias muy cortas de esas supuestas cintas, escenas muy extrañas en sótanos mal iluminados, con máscaras y contrapicados de rostros aterrorizados ( y que curiosamente, serían utilizadas posteriormente para acompañar creepypastas), pero también con la labor de unos actores que desarrollan un trabajo muy creible. No hay caras conocidas, pero estos reflejan el envaramiento propio de quien no está acostumbrados a aparecer  ante una cámara, y su repertorio se centra en mostrarse confuso y afectado.


Debido a lo limitado de la trama, el recurso, hacia mitad del metraje, empieza a agotarse e un poco y cae, por un momento, en lo derivativo: todo es terrible, aterrador e inhumano, y la parte  central donde se explayan  con las tropelías cometidas por ese protagonista al que el espectador no llega a ver empiezan a resulta run poco agotadoras. Una situación que  corrigen adecuadamente con el cambio de enfoque, al centrarse en las labores de investigación, y sobre todo, en un desenlace donde el horror que habían estado sugiriendo durante los primeros sesenta minutos golpea con fuerza, haciendo que   el cierre de esta crónica imaginada resulte desasosegante.

El éxito de la idea radica precisamente en esa mezcla entre metraje encontrado y falso documental, logrado a la perfección. Las actuaciones, bien calculadas, el ritmo y desarrollo de los hechos, que imita a la  perfección los tiempos y recursos audiovisuales de la crónica de sucesos televisiva, o el  emplear elementos analógicos mediante una cintas que sugieren un periodo de tiempo prolongado, y en el que no es posible encontrar solución  en las explicaciones que podrían dar la policía científica actual. Esta hacen que aunque presentado como una ficción, parezca mucho más real y sea posible, en algunos momentos, olvidar que más adelante los títulos de crédito revelarán que todo es una ficción.


Con una premisa tan simple como “un asesino tremendo anda suelto, no tenemos ni idea de cómo detenerlo, y lo que es peor, tampoco sabemos donde se ha metido”, las Cintas de Poughkeepsie juega hábilmente con el formato documental mediante una narración que emplea los recursos de la crónica negra y consigue inquietar con un arquetipo tan básico, pero tan aterrador como esa persona sin rostro, que puede acechar a cualquier inocente. Sin mostrar su presencia, sin dotarlo de una personalidad más allá de sus sadismo e inteligencia, crean una figura imposible de olvidar e incluso de igualar.Salvo por…el carnicero de Rostov. El hijo de Sam. El petiso orejudo. El asesinato de Jinko Furuta, o el caso de Hello Kitty. Es probable que haya alguien ahí fuera que haya superado con creces al asesino imaginario de Poughkeepsie.

jueves, 7 de marzo de 2024

Qué fue de Baby Jane (1962). No es país para viejas

 


El terror no tiene por qué centrar únicamente en lo sobrenatural. Muchos aspectos  de la mente son ya lo bastante aterradores, y en 1960, Psicosis sería una de las producciones que seguiría esa línea donde la frontera entre el terror y el suspense era mucho más difusa. Y donde era posible generar inquietud sin trucos de cámara ni efectos, contando, a menudo, solo con la capacidad de sus actores de transmitir esa sensación de peligro. Una idea que en 1962 Robert Aldrich, con un presupuesto exiguo y contando con dos antiguas estrellas de cine,  ahora lejos de sus días de gloria, no solo reflejaría perfectamente, sino que  se convertiría  de forma involuntaria en una corriente cinematográfica. Después de todo, una de las cosas más inquietantes que puede haber es el paso del tiempo y la pérdida de contacto con este.


Estamos en la actualidad. Al menos, en la de los sesenta, donde nadie se toma ya en serio el código  Hays, al que le quedan muy pocos años en activo, y donde la televisión vive sus momentos de expansión. La pequeña pantalla, necesita da de contenido, recupera viejas películas de los años 30. En las que Blanche  Hudson destacó como  actriz de cine, antes de que su carrera se viera truncada por un accidente tras el que quedó confinada a una silla de ruedas. Ahora, su tiempo transcurre entre ver con nostalgia sus antiguas películas, limitando su vida al piso superior en la casa  en la que vive con su  hermana, quien también conoció el éxito mucho antes. Jane, Baby Jane Hudson, estrella infantil de teatro  quien pronto fue eclipsada por la carrera dramática de su hermana y sus propios problemas con el alcohol, y que ahora  se ve obligada a ser mantenida económicamente por esta, recordando a menudo sus primeros años de éxito y los momentos en los que la pequeña Baby  Jane era quien mantenía a toda su familia. En un entorno cerrado, sin más contacto exterior que una asistenta y unos pocos vecinos curioso por la cercanía de una antigua estrella recluida en su domicilio, la vida de ambas transcurre  en medio de una relación tensa, llena de reproches por el accidente que las llevó a ser apartadas del cine  y de odio contenido. Un polvorín en el que un mínimo cambio, como puede ser la intención de Blanche de deshacerse de la casa familiar, puede  hacer que todo el odio acumulado entre ambas estalle finalmente.



Es difícil pensar en las actrices protagonistas, Joan Crawford y Bette Davis, sin relacionar su actuación con la rivalidad y la tensión existente entre ambas, de la que se dice que llega a estar presente en cada escena al margen de la capacidad interpretativa de ambas. Una situación  en la que las historias sobre el rodaje  llevan a eclipsar un poco  a la propia película, del mismo modo  en que esta llegó a ser más conocida que la novela de Henrry Farrell. Lo cierto es que la elección de ambas a la hora de interpretar sus personajes, e s igual de opuestas. Crawford como Blanche, realiza una interpretación más comedida, recordando cierta dignidad de diva de los años treinta y una severidad que la acompaña en todo momento hasta que la violencia acaba haciendo mella en ella. Su primera aparición como niña, silenciosa y sufridora, parece presagiar la situación que vendrá después y las palabras que la madre de esta pronuncia se convierten en un presagio: un día  ella será el centro de atención de todos.


Davis, en cambio, opta por abrazar al monstruo. Exagera su papel hasta lo grotesco, caracterizada con una peluca de tirabuzones, un vestido de repollo, y un maquillaje excesivo con el que intenta imitar la apariencia de la niña que fue. Esto, acompañado por los gestos de Davis, la convierten en un personaje  monstruoso e impredecible, pero a medida que avanza la trama, es posible  comprobar que no es deliberadamente malvado: su  comportamiento se parece más al de una niña  caprichosa que  no está acostumbrada a ser contrariada, pero que al mínimo problema pide ayuda a la hermana mayor a la que hace un momento maltrataba física y psicológicamente. Una hermana y víctima que como se verá posteriormente, no está libre de culpa y ha retroalimentado igual que ella esa relación fraternal enfermiza.


El peso del guion recae sobre dos aspectos: por un lado, lo femenino. Todos los personajes principales y gran parte de los secundarios son mujeres, donde la presencia de lo masculino es algo casi inexistente y racional, incapaz de intuir nada (como el médico de la protagonista) o inútil y anulado, como el estafador de poca monta que intenta rondar a Baby jane. Se crea un entorno limitado, ceñido exclusivamente al ámbito doméstico, algo todavía eminentemente femenino en la época, pero también opresivo y marcado por esa tendencia a negar la realidad de su protagonista.

Por otro lado, se encuentra la unidad familiar. Desprovista en la mayoría de caso, también, de esa figura masculina (salvo el padre de las  hermanas, y el personaje de Edwin Flagg), y donde se muestran distintos enfoques. Las vecinas, una madre e hija con una relación más sana y complicidad entre ambas, posiblemente el más positivo que se verá en el metraje. En menor medida, Elvira la asistenta (cuya desaparición es denunciada por una pariente cercana), las hermanas Hudson, centro de todo, y como aparición secundaria, la familia compuesta por Edwin Flagg y su madre, quizá un entorno menos violento  pero igual de malsano al sugerir una situación en la que ese hijo único malvive de pequeñas estafas y siendo mantenido por una madre que también parece preferir ignorar la realidad que la rodea. Una serie de grupos que sirven como reflejos, similares y opuesto, de distintos entornos que en algún omento contactan con las protagonistas. Hasta que inevitablemente estas deben salir al exterior y presentarse ante la verdad que han negado…sin que ello quiera decir que vayan a aceptarlo. El desenlace, con Bette Davis bailando en un entorno tan luminoso como una playa a la luz del día, incapaz de asumir lo sucedido, es casi tan aterrador como las escenas en la casa familiar.


Qué fue de Baby  Jane pasó a ser no solo un clásico  y uno de los papeles más memorables de Davis, quien  retomaría roles similares en Canción de cuna para un cadáver o Pesadilla diabólica, sino también el nacimiento de un tipo de guion muy concreto: el de la decadencia psicológica de la vieja gloria, mostrado de una forma mucho más directa de lo que se había hecho en El crepúsculo de los dioses y donde  este toma un cariz terrorífico. Y que, aunque también acabarían convirtiéndose en algo repetitivo, pueden encontrarse título tan interesantes como ese mismo Canción de cuna para un cadáver o Quien mató a tía Roo. Y que no duda en explotar en mayor o menor medida esa fascinación que despierta el deterioro de un ídolo. Ya lo cantaban lo Héroes del Silencio: yo no tengo la culpa de verte caer..

jueves, 29 de febrero de 2024

Lecturas de la semana. Selecciones pasadas

 


Una de las cosas que más suelo encontrar en las librerías de segunda mano son las colecciones de relatos un poco antiguas. Arece que terminó la época de vacas flacas en los que solo era posible encontrar los libros de Dean Koontz, J. J. Benitez, y más adelante,  Crepúsculo y derivados, para volver a aparecer ejemplares de bruguera y algunas editoriales pequeñas.
Después de haber leído colecciones más actuales, lo que más sorprende es cierto descuido a la hora de publicar sus fuentes: no parecía importar demasiado cual era la temática original, o quien la llevaba a cabo, quedando reducida a una mención a vuelta de página junto al título original, que poco tenía que ver con la selección de Horror, Las mejores historias de terror o cualquier otra alternativa genérica donde el motivo de la antología no era tan importante entonces.


Karl Edward Wagner. Las mejores historias de terror I. El título no engaña: es la selección de Karl Edward Wagner de las mejores historias, pero del año 1983. Además de tener como editor al autor de Kane, el Conan chungo, y narrador de terror muy solvente, al que por desgracia no se ha traducido mucho, la recopilación publicada por Martinez Roca Super Terror, algo más pequeña que las posteriores, es una recopilación que combina al que entonces era el autor por excelencia, Stephen King, con un relato en el que conserva todavía su pasado tocado por el alcohol, las drogas y el miedo a no poder proteger a su familia, junto a otros autores que combinan desde el terror psicológico a escenarios clásicos como las catacumbas y cementerios europeos, monstruos tradicionales  o aproximaciones muy libres a los Mitos de Cthulhu como la referencia a la meseta de Leng y los Tcho Tcho que narra TED Klein.
Quizá de estos, en una década donde lo que más se recuerda es el terror más explícito, o el más vistoso, los más interesantes son los más sutiles, como la aportación de Dennis Etchinson con una angustiosa visita a un hospital, o el relato de Peter Valentine que cierra la colección y hace una combinación muy interesante entre referencias a los escenarios góticos, como las mansiones  apartadas y las damas misteriosas, junto al enfoque racional que convierte el desenlace en un hecho mucho más inquietantes como pasa a la mayoría de estas colecciones, salvo un par de nombres, y el resto que resultan un poco conocidos por encontrar  cuentos suyos en otras antologías, en muchos casos, la mayoría son completos desconocidos, pero que gracias a estas selecciones, y a su vocación de ser “lo mejor de”, pueden descubrir algo sorprendente.


Sigue siendo mejor que las portadas de la primera época de Alianza

August Derleth. Relatos de los Mitos de Cthulhu III. Esta es la última entrega de una selección de temática lovecraftiana (esta vez sí que va con nombre y apellidos) en la que August Derleth recoge varias narraciones aparecidas con posterioridad al fallecimiento de Lovecraft y  ya cuando este había llevado a cabo su labor de dar a conocer los Mitos de Cthulhu. Estos, ya escritos por autores que no formaron parte del Círculo de Lovecraft pero para los que supuso una de sus primeras influencias. Ramsey Campbell, que abre la colección con Edición fría y la presentación del primigenio Ygolognac (que resulta repulsivo por su cercanía y similitud con los humanos), desarrollaría toda una mitología ambientada en el valle del Severn, muy original y con estilo propio, ante de  comenzar una carrera  como novelista alejado del terror cósmico ( y acabar siendo culpable junto a Clive Barker  de que haya decidido no acercarme a Inglaterra aunque me fuera la vida). De la colección la aportación más derivativa serían los dos relatos de Lumley, que se limitan a imitar la fórmula establecida y crear una nueva criatura, como son los cthonians, y del que resulta curioso verlo tan comedido en comparación a Titus Crow y la saga Necroscope.
Los dos últimos, los profundos y El regreso de los lloigor, son sin duda los más extensos e interesantes. Estos, en parte  explotan  una parte de la mitología, como los profundos, extendiendo su actuación a la costa del Pacífico, y creando unos nuevos, que se trasladan, una vez más, a Inglaterra, suponen una pequeña renovación, reflejando un  poco como se percibían  Los  Mitos en una década llena de cambios y de narrativa experimental como los 60, convirtiéndose también en una parte de la mitología, en incluso en una influencia posterior. No solo estos relatos suponen una visión distinta de interpretaciones posteriores (la forma de ver el horror cósmico varía mucho desde la década de los 60 hasta la percepción actual), sino  que servirían de referencia, como lo hizo en su momento La llamada de Cthulhu, para juegos como La caída de Delta Green. Bueno, además de ser uno de ellos, seguramente, el primer relato de la historia en el que los delfines son unos malos bichos.

jueves, 22 de febrero de 2024

Deadstream (2022). Si os ha gustado, dadle a like, suscribiros, y enviad un exorcista

 


Por unos años de diferencia, muchos aspectos de la cultura popular más reciente me pillaron mayor como para tener  por ella el mismo afecto que por la década anterior. La entrada de Harry Potter en Hogwarts coincidió con el final del instituto, Los juegos del hambre, opositando (aunque este último, y quizá Battle Royale, es lo más parecido a un proceso selectivo de función pública que podamos encontrar). Por lo que aunque me parecieran buenas historias, ni de lejos tendría por ellas el mismo afecto que su público. Un caso completamente distinto fue el coincidir con la aparición de los youtubers y la cultura del streaming: a esos, directamente, no los soportaba. Abrir cajas opinando de su contenido, las reacciones exageradas ante el susto de cualquier videojuego, las interjecciones en inglés eran algo que no solo no comprendía, sino que me resultaba irritante (el desprecio al sistema tributario solo supuso el clavo en el ataúd). Un medio de comunicación que, pese al rechazo que generaba, sí que acabó aportando algo positivo: el renovar un género que empezaba a agotarse, como era el metraje encontrado y las cintas de vídeo, a una nueva forma de narración audiovisual, que igual que su aparición previa, se valía de métodos de narración nuevos. La cámara en mano daba paso a la gopro en la cabeza, y con ella, a técnicas como utilizar la videoconferencia o una filmación tan de guerrilla como un streaming para contar algo de manera directa. La figura del yotuber también se empleaba ahora  como personaje para este tipo de historias, y a menudo, señalando ese carácter  insufrible que se había  hecho más evidente con el paso del tiempo ahora  ya no es tan raro encontrar, como en este caso, la premisa de un streamer desagradable recibe su merecido en forma de encuentro sobrenatural. Pero en este caso, sí que es un streaming que me quedaría a ver sin duda.


Deadstream recoge punto por punto esta situación: Shawn Ruddy, un streamer especializado en vídeos de retos y bromas pesadas, prepara su regreso poco después de haber perdido a sus patrocinadores a causa de una actuación poco afortunada. Aprovechando  Halloween, decide prescindir de las bromas a terceros y pasar  la noche en una casa, conocida como el lugar más embrujado de Estados Unidos, a la que una serie  de suicidios y muertes han dado su fama hasta  hoy. Los primeros minutos en la casa, que Shawn intenta animar a base de gritos y sobresaltos falsos, dan paso a algo mucho más real: hay algo moviéndose ante las cámaras. Y los fantasmas están tan deseosos de atención como cualquier creador de contenidos.



Concebida en su totalidad como un comedia, esta dedica su primera parte a hacer todo un repaso de la cultura streamer y los tics que se repiten en la mayoría de ellos: la necesidad continua de atención y la deriva a hacia una falta de ética en favor de las visualizaciones, así como la actitud, entre patética y mendicante, una vez perdida la fuente de ingresos. Situaciones que debido al carácter global de este medio de comunicación, es muy fácil reconocer e incluso encontrar su equivalente local. Y que el actor principal, Joseph Winter, que codirige la cinta con su  mujer, recrea perfectamente durante los primeros minutos. No hay  ni un solo gag que no esté presente, desde la actitud payasa buscando mantener espectadores hasta las referencias a las limitaciones en cuanto a lenguaje malsonante propio de las plataformas. Un personaje principal al que  toca sufrir durante un buen rato hasta la segunda mitad, donde por fin llega esa comedia de terror que se esperaba, y a partir de la cual,  aparece una referencia reconocible y más antigua: los espectros de la casa, agresivos, faltosos, y con una cantidad de latex propia de una serie Z de los ochenta, son influencia directa de posesión infernal, donde no falta un protagonista pateado, vapuleado y convertido en héroes a su pesar, y donde se emplea también una explicación ocultista tomada muy a broma. Hay rituales sacados de la manga y una explicación a la maldición que pesa sobre la casa muy bien traída: si hay un streamer dispuesto a vender sus principios a cambio de likes, también hay una poetisa dispuesta a vender su alma a  cambio de público. Y el que la calidad de ambos sea más que dudosa solo lo hace más irónico.


Slenderman en pijama

La película aprovecha también esas dos influencias y su aparición gradual haciendo que sirvan de apertura y desenlace:  la primera estética de video  en vivo, con el comienzo de un directo, termina con unos créditos finales muy sencillos, con una textura anticuada, en la que las letras rojas sobre negro acaban de confirmar  de donde vienen cada una de esas fuentes de inspiración para una película que también toma prestada, seguramente  no de forma voluntaria, un elemento común a ambas: el presupuesto bajo mínimos. El streaming como modo de filmar sirve para poder sacar adelante proyectos como los de Fred Savage durante la pandemia (aunque el protagonista de Deadstream es mucho menos irritante y grotesco que la heroína de Dashcam) y estos medios se notan durante todo un metraje compuesto de carreras, tropezones y jumpscares, donde juegan mucho  con el tomarse la historia a broma a la hora de poder salirse con la suya  con unos maquillajes y monstruos tremendamente cutres. Una realización que queda muy lejos de propuestas más cuidadas, como Scare Campaign de 2016 o el Host de Savage, que ni el propio equipo parece tomarse demasiado en serio debido a su enfoque de película para pasar el rato (es una producción original de Shudder). Pero que se consigue salvar bastante bien gracias a centrarse, más que en el humor, en la ironía y en buscar similitudes entre ese youtuber caído en desgracia y esos fantasmas ávidos de nuevas víctimas. Después de todo, a ambos les sucede algo parecido: si no se les ve, no existen.

jueves, 15 de febrero de 2024

Lecturas de la semana. Relatos navideños y señoras victorianas

 


Llevaba una temporada relativamente larga sin colecciones de cuentos, pero tarde o temprano siempre acaba cayendo alguna recopilación. Más de una vez he comprobado que una buena selección es casi tan compleja como escribir una novela, y quienes se dedican a esta labor pueden llegar a tener la misma consideración a la hora de elegir un libro que el autor de un texto original (cuando veo que Peter Haining recopila algo, voy de cabeza). Bueno, y que las señoras victorianas siempre vienen en pack de cuentos cortos.


Lucy Evans y Tanya Kirk. Solsticio siniestro. Impedimenta es una de las editoriales de referencia a la hora de encontrar relatos poco conocidos del siglo pasado. Su Damas oscuras podría considerarse el primero de las antologías que devolverían a escritoras parcialmente olvidadas al lugar que les correspondían, y esta vez han publicado en tapa dura uno de los tomos de la Tales of the Weird de la British Library, una colección de relatos fantásticos caracterizados por los temas más variados. Desde el folk horror hasta las historias relacionadas con la red de transporte público.

Solsticio siniestro, sin centrarse especialmente en los relatos de corte navideño, sí que tiene un marco igual de específico: cuentos ambientados en la época invernal, cuando los días son más cortos y las noches más oscuras. En los que los sobrenatural puede ser algo muy sutil, casi psicológico algo tangible, espectral, o incluso una intrusión cuyas intenciones no son hostiles.

Con una preferencia por el siglo XIX y principios del XX, las recopiladoras incluyen uno de los cuentos  más  populares de Daphne du Maurier, después de Los pájaros, donde un manzano  en un jardín invernal parece atormentar a un hombre tras la pérdida de su esposa. Esta aproximación psicológica al tema del regreso de la esposa muerta, es uno de los textos más recientes, junto con el relato de Muriel Sparks en el que el “espíritu navideño” toma un matiz más irónico y muy alejado del que podría haber imaginado Dickens…quien también tiene una pequeña aparición de la mano de Hugh Walpole, como cierre de la antología.

El resto incluye en gran parte, relatos de fantasmas. Quizá porque este tipo de narración fuera una tradición en las fiestas navideñas en Inglaterra, pero una gran parte de estos relatos incluyen una aparición espectral, en busca de justicia, venganza, o intentando  avisar al protagonista de una desgracia inminente. Incluso el curioso fenómeno del doppelgänger, o el fantasma de los vivos, tiene su espacio entre apariciones de ultratumba, como la mujer de Ganthony de  Temple  Thurston o La aparición de la estrella de Robert Aickman.

Caracterizada por esa preferencia por lo espectral, muy propia de eses estado de ánimo de las festividades que quieren evocar, la antología de Evans es una colección con una buena cantidad de relatos inéditos, todo un añadido por los aficionados a las antologías, acostumbrados a encontrarse al menos uno que han leído varias veces, y con la variedad y brevedad que caracteriza a las selecciones de tales of the Weird. Una serie de tomos que de cuando en cuando, aparecen en alguna editorial española. Por el momento, junto a Solsticio siniestro, Alba  ha publicado Cuentos de Tatuajes y Duomo ediciones, un par de selecciones de relatos de fantasmas.


Señoras victorianas: fantasmas. Una colección muy corta, realizada expresamente por La biblioteca de Carfax, que no solo están especializados en señoras victorianas sino en señores contemporáneos que nos recuerdan que el mundo es un lugar bastante deprimente (entre Ketcthum y Stephen Jones, muy alegres no nos dejan, no).

Esta selección, como el título indica, incluye una serie de relatos  donde lo fantasmal está ligado al papel de la mujer en la época. Como explican en el prólogo, muchas de ellas encontraron la independencia económica y social en la escritura, y esta era a menudo un reflejo del papel  al que la mujer era relegada. Los relatos de Catherine Crowe, Elizabeth Bradden, Nesbitt o Katherine Tyron tratan en una parte, de las relaciones sentimentales como un factor que afecta de forma negativa a sus vidas, y a veces, un aviso para las narradoras: el espectro de una mujer rechazada que hace su aparición en la estancia de una mansión,  la joven rechazada por su prometido que regresa para cumplir la promesa que ambos hicieron, una versión muy ligera, y con cierta ternura, del fantasma enamorado, narrado por Edith Nesbitt o el relato, que cierra la colección, en el que un fantasma familiar, en el sentido literal y figurado, impide a la protagonista seguir con su vida, son una parte de una colección muy corta. No más de seis relatos acompañado de ilustraciones para una edición muy cuidada cuyo principal defecto es su brevedad. Aunque, en parte gracias a esta, el concepto de “señora victoriana” se está convirtiendo en un género literario por derecho propio.

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